El purgatorio es el chat de padres del cole: “Nadie quiere estar, pero nadie puede irse”
-Vuelve septiembre, vuelven las quejas ante el agobio y los desencuentros que genera un medio de comunicación del que nadie puede prescindir, aunque a muchos no les guste
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Por Héctor G. Barnés Gráficos: María Zuil
Lo cantaban Los Nikis en su retorno. “La madre de Jimena se ha salido hoy del grupo / y ha desencadenado un conflicto internacional / Mientras tanto dentro del colegio los del AMPA intentan que lleguen a un acuerdo / pero este esfuerzo ha caído un saco roto porque esto es Vietnam”. Causa de defunción: grupo de WhatsApp de padres y madres.
Con septiembre vuelven el trabajo, el colegio, las obligaciones y, lo que es peor aún, ese grupo de conversación que había permanecido el verano callado, esperando su momento, conformado por alrededor de 30 padres y madres (generalmente, madres), que absorbe energía, paciencia y batería del móvil. Como recuerda Sonia García, vicepresidenta del sindicato ANPE y madre de una niña de Infantil, “si el inicio del curso ya conlleva que las cargas familiares son excesivas con qué tienen que llevar al colegio, extraescolares, reuniones, libros, con estos grupos se agudiza aún más”.
“La leyenda negra es cierta, pero estos grupos de WhastApp son inevitables”
El grupo de padres del cole es como la muerte. A nadie le gusta demasiado, pero es inevitable. Aunque la mayoría reconoce su utilidad, también admiten que puede ser una fuerte de estrés, conflicto o agotamiento. A veces genera una clase de incomunicación que ni una película de Antonioni. “Una dinámica terrible es que en realidad nadie quiere estar ahí y no es estrictamente necesario estar, pero casi nadie se sale (alguna valiente hay) porque entonces eres la borde y lo mismo tu hijo sufre las consecuencias”, recuerda Rocío P., madre de 34 años con una hija de tres.
“La leyenda negra de los chats de WhatsApp tiene mucho de cierto, pero a día de hoy son prácticamente inevitables”, coincide Virginia U., de 42 años y con dos hijos de ocho y cuatro. “Vivir al margen del chat como padre o madre de un niño en edad escolar es como lo de no tener móvil o no tener internet: al final siempre vas a estar molestando a terceros por tu acto de resistencia”. “Son insoportables, hay una acumulación de wasaps diarios que es inaguantable, de gente que pregunta lo mismo y no se molesta en leer lo de los demás”, aporta Íñigo B., padre bilbaíno de 39 años con una hija de cuatro. “Son chupópteros de información que en cuanto les llega una información van al chat del colegio a preguntar”.
‘La madre de Jimena’, de Los Nikis
Los grupos de WhatsApp de padres son también un laboratorio fascinante para sociólogos y lingüistas. Para Cristina Vela, profesora del Departamento de Lengua de la Universidad de Valladolid, son tanto una “joya” como una “jungla” que provoca que la gente pierda los nervios: “Varias personas interviniendo al mismo tiempo, a distinto ritmo y con diferente tono, dan como resultado una conversación en la que apenas se respetan las reglas básicas de la toma de turnos y los pares de adyacencia (por ejemplo, una pregunta y su respuesta) pueden ver rota su relación de continuidad, cuando una intervención externa a ese intercambio se cuela por el medio”. Un cuadro.
Decidiendo la vida de tu hijo con gente anónima
Los grupos de WhatsApp ponen de manifiesto algunas de las tensiones de nuestra sociedad que no siempre son evidentes: son uno de los contados lugares (virtuales) donde hoy resultan evidentes las diferencias sociales, la distancia entre unas personas y otras, así como las distintas visiones del mundo que entran en pugna en un contexto aparentemente desenfadado. Son grupos cerrados llenos de gente anónima y desconocida, pero obligada a entenderse, donde cada uno tiene motivaciones, objetivos y necesidades muy distintos.
“Se enfrascan en conversaciones peliagudas personas que no se ponen ni cara”
Un equivalente virtual a la puerta del colegio, recuerda Vela, solo que con mucha menos información de los demás, a los que generalmente no se ha visto más que una vez y con los que hay que tratar temas de calado. “Sociolingüísticamente, también son apasionantes por esa mezcla”, explica. “Resulta también interesantísimo cómo se construyen esas identidades digitales. A menudo se enfrascan en conversaciones más o menos superficiales o más o menos peliagudas personas que no se ponen ni cara y que están guardadas en la agenda como mamá/papá de Hugo”.
“Al final es gente con la que no tienes nada directamente en común, solo que tus hijos van a la misma clase”, valora Rocío. “Y las cosas de criar son especialmente polémicas, porque cada uno las ve una forma. Lo único bueno es organizar alguna cosa de vez en cuando. Pero en contra tienes un chismorreo constante, mensajes innecesarios y algunas situaciones de verdad surrealistas”. Según una encuesta publicada en el informe ‘Tecnología, innovación e investigación en los procesos de enseñanza-aprendizaje’, la mayoría de padres lo usan para informarse, pero un porcentaje nada desdeñable lo usa para comentar cuestiones ajenas al entorno escolar o criticar a los profesores.
“Buenos días. Buenos días. ¡Buenos días! ¿Qué tal, buenos días? Oye, hoy no hay Educación física. Buenos días. Buenos días. Buenos días. ¿Alguien ha visto la chaqueta de mi hijo?”. Como explica María I. (40 años), madre de dos niños de ocho y seis, todo eso que suele decirse “es cierto” y hace perder una gran cantidad de tiempo y atención a los padres. “Si un miembro del grupo pregunta si alguien ha visto la chaqueta perdida de su hijo, ¿es necesario que aparezcan en pantalla 10 respuestas diciendo ‘yo no’?”, se pregunta Vela. “Pues depende, parece que para los que contestan de esa forma, dejar un mensaje en visto es tan descortés en estos grupos como en otras conversaciones. Sin embargo, esta aparente cortesía trae aparejada una montaña de mensajes en la que es difícil avanzar para aquellos progenitores que miran el grupo de manera menos asidua”.
“Como uno abra la veda, van todos detrás”, recuerda María. “Si eres capaz de desconectar, bien, pero si te agobias con cada cosa, mal”. Para algunos es un mero medio de información; para otros, un foro de debate, y para algunos, un entretenimiento con el que llenar los ratos muertos. Diferencias en el uso de la tecnología que provocan que se conviertan en una torre de Babel. Pero no todo el mundo tiene el mismo tiempo libre ni la misma voluntad de participación.
Quién tiene tiempo y quién no
Estas diferencias (sociales, de carácter, de interés) tienen su traducción en el tiempo y atención que se destinan al grupo y que se traducen en que algunos puedan dedicar más tiempo que otros, lo que provoca, como señalaba la investigación realizada por Marta Chiquillo y dirigida por María José Llopis Bueno, en “la sensación de que somos inferiores al resto de padres si no estamos atentos a todo”. Una competición en la que el campo de batalla es el chat.
“Hay tiranteces de clase: las que dedican más tiempo son de clase media o media alta”
Como explica Virginia, “hay tiranteces de clase muy interesantes (y deprimentes) en los coles públicos, en los que hay diversidad. Por lo general, las madres que dedican mucho tiempo a la escuela, al AFA, etc., suelen ser de clase media o media alta y con poco trabajo, con trabajos fáciles, con medias jornadas, funcionarias, etc.”. Eso provoca que unos pocos, con una visión propia de la educación, terminan condicionando la marcha de todo el grupo: “A veces imponen medidas que chocan frontalmente con el resto de familias porque son ellas las que tienen tiempo de hacer ‘lobbying’ en el cole”.
En su colegio, por ejemplo, se decidió en el grupo que hay que acompañar a todos los niños hasta la clase en Infantil, lo que supone 15 minutos más cada mañana. “Hay gente que sencillamente no puede hacer eso”, recuerda. “Se nota muchísimo la madre que trabaja y la que no, la que está liada o la que no tiene otra cosa que hacer que mirar el chat”, coincide María. “Es que parecen perfectas. Son las que participan en la vida del colegio, las que están en el AMPA y todo eso. Las más activas. En mi colegio hay una delegada, una madre motivada, que es la que tiene línea directa con el colegio y lo que ella dice va a misa”.
Como recuerda Chiquillo, “siempre hay padres que, por decirlo de forma vulgar, manejan el cotarro, y lo peor es que sus hijos son los que manejan el cotarro en clase y todo se hace a la sombra de ellos”. Otra barrera social: quién tiene tiempo y quién no.
¿Grupos de padres? No, de madres
Un lugar donde, además, se permiten ciertas excepcionalidades que serían intolerables en un entorno no virtual. Por ejemplo, la sobreabundancia de madres en comparación con los padres. En el caso de Rocío, en todo el grupo solo hay un hombre entre 20: su pareja. Otros padres, como Ricardo C., de 43 años y padre de una niña de tres, confirman que la proporción está en 65-35. Íñigo lo cifra en 80-20. Raro es encontrar un grupo con paridad absoluta.
“Los chats oficiales son paritarios, los oficiosos son exclusivamente femeninos”
“Ya solo que se asuma que las que están en estas cosas son las madres es terrible, significa que ellas están atentas a hacer y cuadrar los planes de los niños, hacer los regalos a los profes, etc.”, explica Rocío. Como añade Virginia, en el chat oficial sí hay casi paridad, en los oficiosos es donde la balanza se decanta hacia el lado de ellas: “Los chats oficiosos, los que se crean para comentar el chat oficial al margen y tratar de asuntos más privados con las acólitas, sí son exclusivamente femeninos y diría que casi todos los que existen lo son. Cuando se crean subchats específicos para planear cumpleaños colectivos o comprar regalos, muchas veces se tiende a poner solo a las madres. Yo me dedico a ir incluyendo a los padres uno a uno porque me parece escandaloso”.
Eso sí, a pesar de la paridad, otra cosa es cuánto participan los hombres y las mujeres y para qué: “Me hizo gracia, cuando empezó la pandemia, que los típicos padres que jamás habían abierto la boca en el chat estaban todo el día ahí compartiendo estadísticas, ‘links’. No de materiales educativos o prácticos, sino de noticias”.
En la clase de María, todos los miembros son mujeres, menos “un par de padres divorciados”, pero no considera que sea una cuestión de machismo sino de que “las mujeres somos más controladoras”. “Yo creo que sería mucho más beneficioso para los niños si en los grupos estuviesen los padres, porque pasan más. ¿No tienen los deberes? Es su problema. ¿Tienen que llevar camiseta verde y van sin ella? Pues ya se enterarán la próxima vez”.
Una guerra entre modelos de crianza
Al final, los grupos de WhatsApp se convierten en un terreno de combate entre distintos modelos de crianza. Entre los más sobreprotectores, que intentan que el grupo se convierta en la agenda personal de los niños, y entre los que consideran que los grupos no deberían convertirse en una herramienta para controlarlos. Como explica García, “los niños tienen que ser autónomos y responsables”. Pero cada vez es menos común gracias a esta clase de herramientas.
“Los grupos quitan independencia a los niños”
Este fue uno de los primeros detalles que Marta Chiquillo identificó antes de realizar su investigación: “Una de las cosas más interesantes que me comentaban algunos padres es que esto quitaba independencia a su hijo. O sea, era una manera de tenerlos controlados y de saber todo lo que estaban haciendo mal”. El grupo de WhatsApp como herramienta de control, esta vez, de los niños.
O peor aún, de los profesores. Una de las derivas más habituales es la de comenzar a criticar a un profesor sin que pueda defenderse. Es el otro comportamento pernicioso que Chiquillo identificó en su investigación: “Muchos padres reconocían que se habla casi más del profesor, de lo que hace bien y de lo que no, que de cosas importantes que se pueden comunicar con un grupo de WhatsApp. Los padres reconocieron la crítica constante que se hace al profesor en el grupo”. O a veces, incluso, “se crean grupos alternativos con padres para criticar a otros”.
Poniendo puertas al campo
Con el ánimo de evitar estas dinámicas negativas o la muerte por grupo de WhatsApp de padres, Chiquillo elaboró una guía de comportamiento que se basaba ante todo en que el grupo debía servir para la información. “Que sea un único padre el que pueda difundir la información importante que transmite el tutor, o que se gestione desde el colegio de manera legal”, propone. Es decir, en lugar de ese ruidoso grupo que no deja de vibrar a base de “buenos días, buenos días, buenos días”, ‘memes’ y polémicas ocasionales, una gris lista de distribución.
Lo importante, para García, de ANPE, que también tiene su propio decálogo de buenos usos, es que se corten cuanto antes todos los comportamientos polémicos, especialmente las críticas a los profesores. “Hay que establecer normas, y por eso, hay que cortar comentarios de esa índole en cuanto salen”, añade. Convertir los grupos en algo meramente informativo también impediría que se agudizasen esas diferencias entre los padres y madres que disponen de más tiempo y los que no.
Quizás hasta se pueda sacar partido del anonimato, que no tiene por qué ser una causa de desencuentro, como concluye Ricardo. “Son menos molestos que la mayoría de grupos en los que me he visto involucrado, por no existir tanta confianza entre sus miembros, al contrario de lo que ocurre en otros en los que las relaciones son más cercanas, creas vínculos con los que te gustan e ignoras al resto”, valora, no sin dejar una última nota para la desesperanza. “Al igual que ocurre en cualquier comunidad de vecinos, los momentos más delicados se vivieron cuando hubo que tomar una decisión, en este caso tan trascendental como la elección del regalo de fin de curso de la profesora. Ahí se vieron todas las personalidades posibles del ser humano y más allá”. Un lujo antropológico. elconfidencial.com