-Una visita a la habitación de Jacob Collier, ‘el Mozart millennial’ que toca cien instrumentos
-Este músico de 28 años, ganador de cinco Grammys, charla “desde su lugar preferido en el mundo”: una habitación en casa de su madre, donde creció y aprendió a tocar todos los instrumentos que se le cruzaban por el camino
Stravinski opinaba que Beethoven sufría una carencia como compositor: el talento para la melodía. Lo comparaba con Bellini, gran nombre del ‘bel canto’ italiano, que conquistó a su público a base de delicias melódicas, adornadas con requiebros y gorgoritos. Pero en lugar de encontrar ese canto natural en Beethoven, Stravinski escuchaba una “obstinada labor”. No talento, sino esfuerzo. “Bellini recibió el don melódico sin haber tenido la necesidad de pedirlo, como si el Cielo le hubiese dicho: ‘Te doy justamente todo aquello que le faltaba a Beethoven”.
Sobre el papel, las melodías no son más que una hilera de notas musicales, colocadas una tras otra. Las de Beethoven, las de Bellini o las de la última canción del verano. Más allá de los cánones de moda o de las exigencias de la industria, es posible descubrir ciertos patrones de éxito, pero nunca una receta. El compositor ruso describía el talento melódico de Bellini como un don divino, algo más cercano a la fe que al intelecto. Algo que puede escucharse, pero no explicarse. Y aunque la envergadura musical de Beethoven le resultara admirable por su tesón, Stravinski parecía resignarse: en última instancia, la genialidad es un misterio que no se puede (y que quizá no haga falta) desvelar.
“Creo que toda la música es así, ¿sabes? Algo que puede ser profundo y complejo, pero al mismo tiempo muy simple. Como en la vida misma: existen organismos verdaderamente complejos, pero no hace falta que los entiendas para disfrutarlos. Una flor es un sistema muy complejo y delicado, pero no tienes que conocer sus componentes para admirarla”, cuenta Jacob Collier a El Confidencial.
Este músico británico de 28 años charla “desde su lugar preferido en el mundo”: una habitación en casa de su madre, donde creció y aprendió a tocar todos los instrumentos que se le cruzaban por el camino. Rodeado de unas cuantas guitarras, teclados, un piano de pared, un bajo, varios instrumentos de percusión y otros tantos de cuerda cuyo nombre desconocemos. Collier tiene cinco Premios Grammy en su haber, probablemente camuflados en su abigarrado rincón musical. ‘In my room’ fue su álbum debut, lanzado en 2016, por el que ganó los dos primeros. En tan solo cinco años, llegó a colocarse entre los nominados a Álbum del año, compitiendo con los trabajos de Taylor Swift, Post Malone, Dua Lipa o Coldplay.
La nominación de Jacob Collier por ‘Djesse vol. 3’, el álbum que presenta ahora en gira mundial, extrañó a la industria. Se trata de la tercera entrega de un proyecto de cuatro discos con música original y algunas versiones, que suena como una amalgama algo marciana: tan pronto migra del R&B a las influencias africanas, pasando por el jazz, el funk o la electrónica experimental. Desde 1963, ‘Djesse vol. 3’ fue el primer álbum nominado que no formó parte de la lista Billboard 200, uno de los históricos índices de popularidad de EEUU.
No es la primera vez que una rareza musical emerge al lado de los superventas en los Grammy, pero el trabajo de Collier conecta con una audiencia muy distinta a la de sus contendientes. “No creo que mucha gente se dé cuenta de que los Grammy no son un concurso de popularidad”, dijo a ‘Billboard’ Adam Fell, presidente de la productora de Quincy Jones, en el momento de la nominación. Para votar en los Grammy, es necesario haber participado en, al menos, seis pistas comerciales. “Ese grupo de músicos, ingenieros, productores, que contribuyen al ecosistema musical, son quienes deciden. ¿Dónde resuena Jacob? Creo que es con esa audiencia”.
Años antes de ganar su primer Grammy por un arreglo del tema de los ‘Picapiedra’, Jacob Collier subía sus versiones de clásicos del pop a YouTube. Con apenas 18 años, escribía, producía e interpretaba arreglos de Stevie Wonder o George Gershiwn en su canal. Una multipantalla mostraba a Collier cantando a seis voces, tocando el contrabajo, la batería, el piano o la percusión en la misma habitación desde la que atiende a El Confidencial. La contorsión de los acordes hasta los confines de la armonía moderna, el empaste y la mezcla de cientos de sonidos calaron en un nicho: el de los músicos profesionales dispuestos a transcribir y descifrar lo que demonios estuviera haciendo ese prodigio adolescente.
“Cuando era niño, era lo que más me gustaba hacer”, cuenta a este periódico. “El arreglo es lo que ocurre cuando tomas una canción preexistente y la giras, la transformas. Me encantaba coger temas de Michael Jackson, Stevie Wonder o Quincy Jones y estirarlos de alguna manera. Exploraba, experimentaba y empujaba hasta el límite. Ahora he publicado cuatro álbumes de música original, pero es cierto que he pasado más tiempo arreglando temas. Arreglo y composición son amigos íntimos entre sí. Como el material de la canción original ya está sobre la mesa, quizá tienes un poco más de licencia para ver cuánto puedes alargar el juego”.
En 2013, un arreglo de ‘Don’t you worry ‘bout a thing’ llegó a los oídos del todopoderoso Quincy Jones, que decidió apadrinar el cóctel sonoro de Jacob Collier. El joven autodidacta que se grababa y autoproducía en su habitación conoció a Herbie Hancock y participó en el Festival de Jazz de Montreux antes de sacar su primer álbum. Llegó a telonear a este pianista de jazz y a Chick Corea con su ‘One-Man Show’. “No creo que exista esa división entre músicos y no músicos entre la audiencia”, opina el compositor. “Hay personas que pasan mucho tiempo estudiando y escuchando música a conciencia.
Y me encontré, por la razón que sea, atrayendo a estas personas a mi música primero. En parte, porque me encanta indagar en todo tipo de patrones y en la teoría que hay tras las canciones. Me gusta entenderla y crear a partir de ella. Pero opino que la música, en su mejor expresión, no es exclusiva de nadie. Espero que mi trabajo sea lo suficientemente abierto para que la gente pueda encontrar todo tipo de cosas en él. Si eres músico, hay mucho donde hincar el diente. Y si no, también existen otras formas de escuchar”, explica frente a uno de sus teclados.
Desde entonces, además de sus cinco Grammys y sus cuatro álbumes de estudio, el bautizado ‘Mozart de la Generación Z’ o ‘nuevo mesías del jazz’ ha dado masterclases en Berklee, en la American School of Modern Music, ha tocado en los BBC Proms y en escenarios de todo el mundo. Su nombre aparece en una de las colaboraciones del octavo álbum de Coldplay y en los coros de ‘Good Days’, de la cantante estadounidense SZA. Aunque es un autodidacta declarado y no recibió clases de técnica vocal hasta los 18, estudió algunos años de piano jazz en la Royal Academy of Music de Londres. Allí, su madre imparte clases de violín. “Los acordes fueron mi primer amor”, bromea. “Cuando tenía dos años, recuerdo estar sentado en esta misma habitación, donde he aprendido todo lo que sé sobre música. Mi madre me sentaba en su regazo y tocaba el violín encima de mí. Recuerdo esa sensación porque era como un recordatorio de que la música, para mí, es lo mismo que hablar. Es lo mismo que estar vivo”.
“La parte más mágica de toda la música es que es un misterio total”
Además de hacer música, a Collier le encanta hablar sobre ella. En la charla, muchos de sus fans buscan a un prodigio desvelando sus trucos. Sacudir el misterio a sus acordes, modulaciones y cadencias resulta casi tan interesante como la música misma. El británico cuenta con algunas buenas armas para la divulgación: es capaz de tocar decenas de instrumentos, tiene oído absoluto y un rango y agilidad vocal tan grandes, que le permiten reproducir cualquier acorde con la limpieza de un teclado. En algún momento, Collier ilustra esta entrevista cantando un arpegio (las notas que conforman un acorde, cuando suenan por separado) perfectamente afinado.
“Si piensas en la música, existen tres cosas principales: melodía, ritmo y armonía. La melodía es una sucesión de notas. El ritmo son los sonidos ordenados en el tiempo. Y la armonía es la relación que se establece entre distintos sonidos. Para mí, es una filosofía que estudia la conexión entre las cosas. Los acordes proporcionan una especie de paleta emocional para experimentar el mundo. He pasado mucho tiempo jugando con esto, supongo que como un pintor juega con los colores. La melodía es como dibujar con líneas. La armonía, en cambio, es como toda una paleta, acuarelas y distintas texturas”, explica el músico.
En el argot que describe su trabajo, pueden encontrarse algunas de las innovaciones más importantes introducidos en la música occidental durante el siglo XX: poliacordes, polirritmia, microtonos, modos, y hasta una escala inventada por él mismo (bautizada “escala super-ultra-mega-meta lidia”). ¿Es la de Jacob Collier una música con un valor escondido, solo accesible para los músicos? “Creo que, aunque no se comprendan, esos acordes pueden sentirse. Su movimiento, sus consonancias o disonancias… Son cosas que existen en la naturaleza, en sonidos del mundo entero”.
“Un acorde de séptima mayor, por ejemplo, existe de forma natural en los armónicos de cualquier nota musical. Así que todo el mundo lo conoce, aunque sea de forma inconsciente”, cuenta Collier. “La armonía trata de proporcionar un viaje a través de los acordes, de las relaciones que se establecen entre los sonidos que suenan al mismo tiempo. Me encanta mirar esas relaciones con lupa y comprender por qué me hacen sentir de una manera o de otra. Pero creo que la parte más mágica de toda la música es que es un misterio total. En el fondo, nadie entiende por qué algo suena bien o por qué algo gusta a tanta gente, pero lo hace. Así que creo que se trata de un equilibrio entre el proceso consciente y el misterio eterno”.
Cuando su arreglo de Stevie Wonder llegó a oídos de Quincy Jones, Jacob Collier firmó un contrato con su productora. Pocos años después, grabó, interpretó y produjo su primer álbum sin salir de su cuarto. ‘In my room’ fue el primer sedimento de todas las virguerías musicales y tecnológicas de este‘Mozart de la Generación Z’. En aquellos años, un estudiante de doctorado del MIT desarrolló un instrumento para él: un Harmonizer. Se trata de un teclado capaz de convertir y afinar varias pistas a partir de una sola voz. Una especie de ‘sampleador’ en tiempo real, que también puede escucharse en los últimos trabajos de Bon Iver o Rosalía (‘A ningún hombre’). Se trata de uno de los componentes en su última gira, la que acaba de pasar por España y Portugal. “Sobre el escenario, hay una banda de seis personas y alrededor de 100 instrumentos musicales. Es una locura. Pero el más importante de alguna manera es ese Harmonizer, porque reproduce el sonido que está en mi cabeza. El de ser uno solo, pero poder sonar como muchas voces a la vez”.
Jacob Collier es capaz de tocar cientos de instrumentos como una extensión de su garganta. Para él, el centro de su música no es la experimentación, ni la técnica, ni la teoría, sino una gran pregunta: “Creo que cuando aprendes a tocar cualquier instrumento, si intentas hacerlo bien la primera vez, es fácil perder la motivación. En última instancia, la música no se basa en tocar correctamente. Se trata de ser honesto, que es diferente. Cuando aprendes un nuevo instrumento, es como hablar un nuevo idioma. Y si cojo una guitarra, un tambor, un bajo o un piano o la voz, todos son como una voz para mí. En el fondo, se trata de hacerse una pregunta que falta en la educación musical: ¿qué es lo que te gusta? Al final, te pasas toda tu vida intentando responderla”. Tomado de Elconfidencial.com