Así es como nuestras emociones cambian y dan forma a nuestros recuerdos
Las vivencias con una fuerte carga emocional de nuestras vidas suelen acabar recordándose de manera distinta a lo que fueron. ¿Podríamos incluso modificar las malas para que fueran positivas?
Por E.Zamorano
Nuestro cuerpo no solo es un conjunto de huesos, músculos y órganosque cumplen determinadas funciones vitales. También lo es de aspectos tan inmateriales como los recuerdos. Un receptáculo de momentos al que solo uno se puede asomar, el carácter más íntimo y personal de nuestra mente. Cuantos más años vivimos, más se acumulan en ese desván llamado memoria, alojado en nuestra cabeza. Lo muy o poco ordenado que esté, así como las veces que destapemos su contenido, marcará nuestro presente, pues al fin y al cabo, la relación que tenemos con nuestro propio pasado determina en cierta medida quiénes somos en el presente.
Y, sobre todo, quiénes seremos en el futuro, aunque sea solamente en los próximos cinco minutos. De vez en cuando los recuerdos emergen sin avisar, cuando de pronto nos topamos con una fotografía, vamos por la calle y olemos una fragancia especial (las sensaciones olfativas tienen muchísimo poder de convocatoria de recuerdos) o simplemente el hecho de despertarnos en mitad de la noche habiendo soñado con un momento aislado de nuestra vida o una persona a la que ya hace mucho que no vemos.
“No entres dócilmente en esa buena noche”, que diría el poeta Dylan Thomas, posiblemente refiriéndose a ese lado del ser humano llamado inconsciente en el que se almacenan tantos y tantos momentos. La advertencia de Thomas no es baladí, pues la mayoría de las imágenes, sonidos y olores que tenemos registrados están impregnados de emociones. Aquellos neutros los tendemos a olvidar debido a que no tienen especial importancia. O… ¿Acaso te acuerdas de lo que comiste hace justo un mes, un mismo martes en el que andabas estresado y la hora de la comida solo fue para ti una mera gestión?
Como mínimo, la memoria sirve para reconocerse a sí mismo en situaciones pasadas, de tal forma que podemos gestionarlas mejor en el futuro
Si reparamos en los recuerdos especialmente intensos a nivel emocional, hay que hablar de forma inevitable del trauma, ya que por desgracia siempre tendemos a recordar más aquello con carga negativa que positiva. Aunque muchos traumas son tan severos que el cerebro omite muchas partes dolorosas de los mismos, por norma general nos acompañarán toda la vida, quedándonos solo el remedio de saber gestionarlos de la mejor forma posible para vivir con ellos. Más allá de los traumas y aquellos recuerdos que de ser tan simples acabamos olvidando, cabe reparar en cómo nuestras emociones dan forma al resto, es decir, los que tampoco fueron insignificantes, pero tuvieron su carga emocional.
Dos regiones del cerebro
En primer lugar, las zonas anatómicas del cerebro encargadas de regular las emociones y almacenar los recuerdos están conectadas. Se trata del hipocampo y la amígdala, ambos localizados en el sistema límbico. El primero se encuentra en la corteza temporal y sirve para facilitar el recuerdo, mientras que la segunda es la encargada de gestionar y regular las emociones. Una funciona como parte ejecutiva del recuerdo y la otra como filtro, de ahí que los almacenemos según la carga emocional que tuvieron para nosotros.
“La emoción está asociada con memorias de eventos pasados, pero la ‘valencia’, es decir, el atractivo o la aversión hacia los recuerdos, es maleable”
Noam Goldway, uno de los neurocientíficos más prestigiosos del mundo, lleva años investigando cómo influyen nuestras vivencias más emocionales en el organismo, ya que al fin y al cabo nada hay más abstracto que lo que sentimos en una situación determinada, lo cual tiene una base material, como es el ‘disco duro’ del cerebro, el sistema límbico. “La función primaria del pensamiento es protegernos y acrecentar nuestras posibilidades de supervivencia”, aseguraba en declaraciones recogidas por ‘YNet‘. “Cuando una persona siente hambre, esa sensación tiene por objetivo que nuestro organismo reciba alimentos. Pensamos que ocurre lo mismo con las emociones, es decir, actúan al servicio de nuestro cuerpo, de nuestro organismo”.
Sin duda, las emociones mezcladas con el recuerdo tienen una función adaptativa al entorno. Por ello, cuando pasamos por un bache sentimental muy duro, el recuerdo también sirve de mecanismo de superación. Piensa, por ejemplo, en una ruptura sentimental muy dolorosa. Puede que ahora te duela porque está reciente, pero seguramente cuando pase el tiempo y la aceptes y asimiles te sentirás mucho más preparado para buscar lo que encontraste de una manera diferente o mejor. Como mínimo, la memoria sirve para reconocerse a sí mismo en situaciones pasadas, de tal forma que podemos gestionarlas mejor en el futuro, ya que nos resultan familiares al haberlas experimentado con anterioridad.
Recuerdos felices y tristes
En este sentido, hay muchos recuerdos tristes que desearíamos eliminar o por lo menos recordar de una forma más amable. ¿Realmente podemos resignificar aquello que sentimos en un determinado momento? Una de las investigaciones más notables al respecto es la de Susumu Tonegawa, científico del Centro Riken-MIT para la Genética de Circuitos Neuronales en Massachusetts, y autor de un famoso estudio publicado en la revista ‘Nature‘ donde exploraba la capacidad para convertir un recuerdo malo en uno bueno.
“La emoción está íntimamente asociada con memorias de eventos pasados y episodios, pero la ‘valencia’, es decir, el atractivo o la aversión hacia los recuerdos, es maleable”, afirmaba en declaraciones recogidas en un artículo de la ‘BBC‘. Su técnica, destinada a tratar a personas con estrés postraumático, se basa en la optogenética, la cual utiliza la exposición de las células cerebrales aun rayo de luz azul que puede activar o desactivar su actividad neuronal. Todavía solo ha sido probado en ratones, aunque con resultados satisfactorios.
Sea como sea, la mejor forma de gestionar los recuerdos y su carga emocional pasa por la terapia psicológica, especialmente si han sido muy intensos e interfieren en nuestra vida personal. A veces, son tantos que piensas en cómo es posible que el cerebro pueda llegar a almacenar tanta información, de ahí que muchos los olvidemos o quede una pequeña sombra de lo que fueron. Para comprobar el alcance de nuestra memoria emocional, bastaría con intentar dar con el primer recuerdo agradable o triste que tienes. Una tarea difícil, sin duda alguna. Como adentrarse en esa “buena noche” de Dylan Thomas, sin miedo y sin arrepentimiento.